Hace unos años, Amazon publicó un dato demoledor: por cada 100 milisegundos extra en la carga de su web, se reducen las ventas un 1 %. Google también reconoció que una demora de solo medio segundo en mostrar resultados reduce el tráfico un 20 %.
Estos números no hablan de caídas masivas, sino de algo aparentemente menor: lentitud. Y sin embargo, el impacto es enorme, tangible y directo en negocio.
Hoy, en 2025, este debate ya no es anecdótico: el último SRE Report de Catchpoint lo confirma con un titular claro — un servicio lento se percibe tan grave como un servicio caído.
Slow is the New Down
Más del 53 % de las organizaciones encuestadas consideran que una experiencia degradada tiene el mismo impacto que una interrupción completa. Para el usuario final no hay matices técnicos: si la web va lenta, si la aplicación se congela, si el checkout tarda demasiado… la percepción es de fallo.
En la práctica, la línea entre up y down se ha difuminado. No basta con estar en verde en los paneles, hay que estar rápido.
El toil que no desaparece (aunque tengamos IA)
El informe revela otro dato incómodo: el toil ha aumentado en 2025 hasta el 30 %, cuando en 2024 estaba en el 25 %. Y eso pese a que cada vez más equipos adoptan soluciones de IA para automatizar.
¿Qué es el toil?
En la jerga SRE, el toil se refiere a todo trabajo manual, repetitivo y poco escalable que consume tiempo de los equipos de operaciones sin aportar un valor directo a largo plazo.
Ejemplos típicos:
- Revisar logs de forma manual para encontrar un error.
- Reiniciar servicios cada vez que se caen.
- Ejecutar procedimientos rutinarios que podrían automatizarse.
La filosofía SRE (inspirada en Google) busca reducir el toil al mínimo posible, liberando a los ingenieros para tareas de más impacto: diseño, automatización, mejora de procesos.
La paradoja es clara: la IA puede acabar generando nuevas capas de complejidad, desde configuración hasta mantenimiento. En lugar de ser el copiloto que reduce tareas manuales, en muchos casos se convierte en un compañero que hay que vigilar.
La conclusión: no basta con “poner IA” y esperar milagros. Hace falta estrategia, integración real y criterio para que sume en vez de restar.
Demasiadas herramientas, poca integración
Otro de los puntos críticos: la dispersión de plataformas. Muchas organizaciones usan entre 2 y 10 herramientas de observabilidad en paralelo. Y aunque parezca una apuesta por el control, en realidad complica la toma de decisiones.
La visibilidad real no depende de cuántas métricas recojas, sino de cómo las correlacionas. Sin integración, los datos se convierten en ruido.
Implicaciones para SREs y SysAdmins
Aceptar que la lentitud equivale a caída cambia la forma en la que debemos trabajar. No se trata solo de monitorizar uptime, sino de diseñar operaciones centradas en la experiencia. Algunas ideas prácticas:
- Replantear SLOs: incluir métricas de latencia y percepción de usuario, no solo disponibilidad. Ejemplo: un servicio puede estar al 100 % de uptime, pero si el 30 % de los usuarios experimenta tiempos de carga superiores a 3 segundos, el SLO debería considerarse incumplido.
- Automatización con criterio: la IA y las plataformas de observabilidad deben ayudar a reducir toil, no aumentarlo. Esto implica validar modelos, ajustar umbrales y no delegar ciegamente decisiones críticas.
- Alertas inteligentes: más que alarmar por CPU o memoria, interesa alertar cuando la experiencia real del usuario se degrada. Una cola saturada o un checkout que tarda más de 5 segundos son señales más relevantes que un spike puntual en un host.
- Trabajo en equipo con negocio: la observabilidad no es solo un tema técnico. Implica hablar con áreas de producto, marketing o atención al cliente para entender cómo la degradación impacta en métricas de conversión, retención o satisfacción.
En definitiva, este cambio de mentalidad obliga a que el SRE o SysAdmin deje de ser únicamente un “apagafuegos técnico” y se convierta en facilitador de experiencia digital.
Conclusión
El futuro de la fiabilidad no se mide solo en uptime, sino también en rapidez. Una aplicación lenta es, en la práctica, una aplicación rota.
Las organizaciones que entiendan esta realidad antes que otras tendrán una ventaja competitiva clara. Porque al final, para el usuario no hay medias tintas: o la experiencia es ágil, o no sirve.
La próxima vez que alguien pregunte: “¿está caída la web?”, quizás la respuesta sea: “No, pero va lenta… y eso ya es lo mismo”.

